Herejes y buscavidas en el siglo XVII
Capítulo XVI, II Parte de El Ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha.
Conocido como el episodio del caballero del verde Gabán, en este capítulo Cervantes se cruza con un personaje que no le va a ofrecer ningún tipo de resistencia o conflicto sino que va a caminar junto a él en una grata conversación sobre el modelo de vida del caballero cristiano, que la crítica más avezada atribuye al prototipo de caballero propuesto por Erasmo de Rotterdam, en su Enchiridion. Además de acercarnos nuestro autor al ideal humanista del ciudadano de clase media acomodada que se recrea en sus volúmenes para acrecentar su conocimiento como un fin en sí mismo, el personaje retrata ese nuevo casticismo o clase social que constituían los judíos conversos, en definición de Américo Castro. Esos cristianos no ya tan nuevos en el siglo XVII, se habían integrado en las estructuras sociales y económicas de la España barroca e iban a ser parte de la solución a aquel modelo obsoleto de la sociedad teocéntrica que prodigaban las mangas verdes. Con una teología heterodoxa y un modelo de conducta alejada de la tradición cristiana y por ello mismo practicada en privado, prodigan la austeridad y el estudio como un camino de perfección individual. Sin llamar la atención ni levantar suspicacia alguna, los eruditos autores y pensadores tenían que limar su discurso sin caer en la posible herejía, evitando así las llamas de la Santurrona Inquisición, para poder vivir integrados en una sociedad terriblemente sectorizada. Ese es el caso de nuestro autor. Texto: José Antonio Segura
En estas razones estaban, cuando los alcanzó un hombre que detrás dellos por el mismo camino venía sobre una muy hermosa yegua tordilla, vestido un gabán de paño fino verde, jironado de terciopelo leonado, con una montera del mismo terciopelo; el aderezo de la yegua era de campo y de la jineta, asimismo de morado y verde; traía un alfanje morisco pendiente de un ancho tahalí de verde y oro, y los borceguíes eran de la labor del tahalí; las espuelas no eran doradas, sino dadas con un barniz verde, tan tersas y bruñidas, que, por hacer labor con todo el vestido, parecían mejor que si fuera de oro puro. Cuando llegó a ellos el caminante los saludó cortésmente, y, picando a la yegua, se pasaba de largo, pero don Quijote le dijo:
—Señor galán, si es que vuestra merced lleva el camino que nosotros y no importa el darse priesa, merced recibiría en que nos fuésemos juntos.