domingo, 8 de febrero de 2009

Ocho años de ensueño



En el año 2001 el fenómeno euro como un elixir fabuloso nos seducía y nos obligaba a multiplicar por 166 todo lo que comprábamos. Al poco tiempo algunos le habían perdido el miedo y el respeto a la nueva moneda y otros ya se habían hecho expertos en camuflar unos gastos inflados en el despiste del canje. Cuando todo el torbellino pasó, los ingenuos seguíamos siendo ingenuos y más pobres, pero sorpresivamente los osados o temerarios o sinvergüenzas, más ricos. Hoy resultamos tener la culpa los que entonces sospechábamos de la falta de legalidad u honestidad de aquellos movimientos que arrastraban tras de sí a miles de jóvenes y adultos que lo abandonaban todo, estudios incluidos, para subirse en el tren del euroladrillo. Y vengan volvos y cayennes y audis teté, y unifamiliares a cuarenta millones y a cuarenta años sobretasados y superinflados. Reduerdo sin nostalgia las decenas de centenares de inmobiliarias legales y fantasmas, las empresas satélite que blanqueaban más que vipexprés, y toda la corte de chupatintas e intermediarios que se hicieron de oro con el dinero a renta variable de los hipotecados. Recuerdo a aquellos que compraban para acto seguido vender encareciendo unos cuantos de miles de euros cualquier inmueble por horroroso o mal construido que estuviera. Y hoy todo se ha ido al garete, todo se ha desvanecido. Y hoy los lingotes de la construcción ya no son de oro sino de vulgar y corriente barro cocido. Y algunos lloran porque se han dado cuenta tarde. Fdo.: Josegura

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