jueves, 22 de agosto de 2013

¡Oh Dios, un intelectual!

La función de un verdadero intelectual es la de estar al servicio de su cuenta corriente, escribiendo gilipolleces estéticas que no comprometan su estado espiritual ni su posición el las listas de venta del grupo RISA. Los intelectuales que son madera de éxito internacional, que dan ruedas de prensa para autistas, que no se mojan aunque en su país la miseria se esté fagocitando a la cultura, ganando con parsimonia dinerito judío y mirando para Trafalgar o desplegando un alarde de memoriales del siglo de oro, esos eruditísimos y cultísimos, por mí pueden irse al carajo. Ya está bien de mirar para otra parte, de creerse españolitos en el exilio, de creerse de una casta intocable, de escribir mamarachos para el carrito del súper, literatura al peso, de martillear la escasa conciencia política para borrar sus secuelas en la vida de la calle. Nos riñen por no arrodillarnos ante su magnificencia, hablan de su país como si fueran selenitas, y nosotros allá abajo, suplicando una nueva entrega de sus fascinantes mamotretos. Una vez que llenan su tripa de jamón ibérico ponen a parir a esos que se arrodillan ante el poder, cuando en su país la gente está comiendo de la basura, y son precisamente ellos los que llevan lustros haciéndole el juego al capital y a la banca, dándoles igual el voto que les represente o la toga que los ilumina. Insisto, ¡que se vayan al carajo!
José Antonio Segura Velasco.