miércoles, 30 de enero de 2008

Rojo Bodega


I remember el rojo de las bodegas... cuando llegué a Sanlúcar. El olor a vino de la calle de la Mar, aquel letrero enorme que rotulaba al pueblo como en una maqueta de cine japonés de los 70. Recuerdo las primeras visitas a los despachos de vino de la calle de la Plata y de la Cigarrera. Conservo una foto en blanco y negro de mi jefa en el patio de entrada a la bodega de Pedro Romero, con un rótulo que indicaba "Despacho de vinos". La impresión que conservo de cada uno de los mostos, el Curriqueque, la Herrería, las largas sesiones del Clemente -o Juanito-, las docenas de botellas que consumimos en la Feria, el vino a granel que tanto denosta mi querido David Pielfort, los vasos o gorriones o castoras de la E, la Aurora, San León, Gabriela, que tomamos en La Taurina, todo un universo alcohólico, dipsomaníaco, atado a una cultura y cultivo de la evasión y la distensión. Y si el consejo regulador y la D.O. de Xerez, no se doblegan a los gustos de esta tierra, tanto peor para ellos. En todo el Cantábrico -desde A Coruña hasta Biarritz-, no he visto vino de Jerez en las marisquerías, en cambio en ningún lugar falta un Castillo de San Diego -excesivamente ligero- o algún caldo del Barrio Alto. No tengo nada en contra de nuestros vinos vecinos -qué decir de El Castillito de Chipiona y su moscatel blanco, pardo, rojo o pasa-, la Tintilla de Rota que ahora prodiga Barbadillo en el Pago de Gibalbín. Pero al igual que por su vino, siento devoción por este pueblo con sus mototaxis y sus bodegas rojo sangre. Espero que nos duren y que no las tumben o, como dijo mi colega David Pielfort, se las lleven los extraterrestres. Fdo.: Josegura.

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