En treinta años de comunidad de vecinos los andaluces y andaluzas hemos conocido la gloria y la miseria... El índice de natalidad famoso que llevó a las andaluzas a la Universidad para dejar de traer niños al mundo y poner lavadoras. La expresión libre y pública de todas las inclinaciones sexuales o liberación de gays y lesbianas. La llegada de nuevos y nuevas andaluzas, con su cultura, su lengua y sus costumbres. La despenalización del consumo de cannabis. Los descubrimientos realizados por las facultades de medicina andaluzas. Pero igualmente hemos vivido momentos cuyo esplendor se mide en la altura del barro en los zapatos, si no véanse el Algarrobico, la polución y demolición de parajes naturales, los vertidos descontrolados, la especulación urbanística en pro de la banca y de los chorizos de turno y en contra de la economía doméstica de casi medio millón de desempleados. De modo que dejamos el burro en el chambao para guardar el Porshe Cayenne en nuestro adosadito de ensueño. Algunos quedaron sumidos bajo el polvo del camino o en el Puerto 3. Otros ocupan importantes cargos en la política o en corporaciones privadas con un ánimo de lucro que te cagas. Y así treinta años después Andazulía es un paraíso natural donde se siguen desenvolviendo con soltura y solvencia toda suerte de bichos especialistas en el latrocinio -¿Sevillana, Berlusconi?- y el resto de los contribuyentes en la puerta del INEM fumando porros para no caer en depresión, porque ya no pueden ni prejubilarse. Va por ellos.
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