I. Sobre la mesa había unos gruesos fajos de dinero y una máquina de contar billetes. El secretario cogió el movil con la mano izquierda y lo desbloqueó con el pulgar.
-Está todo el dinero. Puedes darle la mercancía a ese bastardo- adelantó y apagó el teléfono.
Esta clase de trabajo le resultaba gratificante, hacía su parte del trabajo con mucha diligencia y asepsia mercantil y eso le evitaba ver la cara al inminente difunto.
II. El modo de actuar siempre es el mismo. Los mismos primos que creen que van a llegar a algo en este negocio y al final no pueden resistir meter la nariz y caer en la mierda como moscas. Algunos montan un emporio en tres días, fincas, lujo, mujeres, mucha harina y en menos de lo que dura un suspiro están en rehabilitación. No encierren a mi hijo que solo es un honesto traficante. Por favor señora jueza, un poco de piedad con esta pobre familia que se gana la vida honradamente traficando.
III. Como honesta pueda ser la función de estos carceleros a los que les pagan para vernos encerrados como perros, engordados con el pienso del estado y fornicando como chinchorros con los recién llegados. En un requiso sorpresa mi compañero de celda se tragó veinte papelas para no ser descubierto y empezó a ponerse rojo como un pavo en una olla y sus ojos llorosos y sus uñas azules. La digestión de la droga le hizo añicos el estómago y el lavado de estómago de urgencias terminó por perforarle las tripas. Eso sí, pilló la jumá más grande que recuerda la historia de este penal.
IV. Jesús El Grande siempre tuvo problemas de carácter. Era un ser retraído y triste, no le gustaba que lo molestaran ni le atraía la gente. Por eso cuando tenía que compartir celda se autolesionaba para salir de paseo al hospital en ambulancia. Se introducía cristales rotos en la uretra para sangrar por la picha. Exageraba su dolencia para que le inyectaran morfina. Ese era su mejor viaje, fuera del trullo y galopando en el puto nirvana.
V. La máquina es muy eficaz y rítmica contando mazos de 100 de billetes de 500 lirios. El dinero que también lleva impresa en su canto la madre de todas las cosas y las causas, la harina, con la que se construyen edificios, polígonos industriales, ciudades de la justicia, cargos políticos, comandancias de policía y entidades bancarias. En una ocasión la caja de pandora que encerraba los alijos de las aprehensiones del último año fue víctima de un latrocinio interno. La policía se autorrobaba heroína, puto opio, a sí misma para sufragar actividades ilícitas en la compra de payas para los prostíbulos. Ese día la prensa lamentaba el suceso advirtiendo que el ejemplo era poco ejemplar, valga el pleonasmo.
VI. (Y real como la vida misma). Rajan el vientre de un compañero traficante muerto por ingestión de cocaína, para extraerle el resto de las cápsulas. Le cosen el vientre con hilo de pesca y lo arrojan en un descampado envuelto en plástico de invernadero. La policía se queda perpleja al ver la profesionalidad de la suturación de la herida. Seguro que el de la aguja y el hilo era veterinario. Menuda bestia.
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