En un proceso aeróbico el judío bate
su cabeza para expulsar la electricidad estática que impide pensar
con rectitud el recurso, la maniobra que llevará a la verdad o a su
camino. Esta verdad excluye el uso de escudos militares ni armas a
cambio de dar besos en los labios de todos los arabopalestinos,
sirios de ojos azules y kurdos pacifistas. Si todo se resolviese con
un beso entre dos grandes mandatarios de las costumbres globales, sin
mensajes de texto ni telefonía inalámbrica, carne contra carne. En
el ascensor del infierno la entreplanta judeomasónica dispensa
pastelitos del barrio francés de Le Marais a todos los turistas
económicos del continente asiático. ¿Qué nombre le ponemos al
héroe de Fukujinma que abandonó su plato de fideos por salvar a sus
compatriotas sabiendo como sabía que allí dejaba su plato y su vida
por los demás? Ya no quedan samuráis que ofrezcan su pecho al
enemigo de mercado globalizado. Cojo el dinero y corro. Y cuando el
dinero ya no valga nada, ni los suspiros lleguen al mar, ¿qué
haremos con los enfermos de alhzeimer, con las viudas niponas, con la
primavera árabe, con los saldos de los almacenes, con las acequias
contaminadas de lodo industrial y de perfidia? El judío que se hizo
taoísta para vender libros de cienciología en las acampadas de Togo
o el mercader de pescados robados en el índico a cambio de rescates
multimillonarios de la Armada Invencible, ellos dos no van al colegio
electoral mientras todo la hermandad católica vota a Rajoy y se seca
los mocos con la manga del jersey, el único jersey que no se llevó
el recorte presupuestario, ni la hipoteca, ni los jodidos banqueros
cristianos, ni el rescate indignado de las perreras de Occidente.
Para cuando llegase el momento, la captura, el posible maltrato y la
tortura, Reynaldo guardaba unas píldoras de suicido asistido y así
el 19'5 de noviembre no tener que vivir el triunfo de los
catetocristianos. DIOS ES NEGRA.