jueves, 3 de agosto de 2017

    En la fotografía el maestro Leo Bassi

Qué bonita es la censura
Siempre me ha tocado vivir dentro de los indices expurgatorios. Es una condena bíblica a mi punto de vista, siempre censurado o cercenado por las prístinas manos de los representantes del santo oficio. A mí personalmente no me molesta el ejercicio de la libertad de culto de todas las personas libres de nuestro entorno inmediato: el rocío, la semana santa, los centenares de procesiones que recorren esta ciudad en la que he elegido vivir y en la que he tenido la suerte de formar una familia. El paso de la riada de peregrinos camino de Almonte, nunca nos ha molestado, a pesar de sufir cortes de tráfico, avenidas cegadas, tractoristas borrachos escoltados por la guardia civil... Casi  nunca me entrometo en los oficios públicos de la santa hermandad, con sus liturgias catecuménicas -navidad, romerías, santerías, besamanos, lavapiés, y etc-. No me llevo las manos a la cabeza por los 11.000 millones de euros de presupuesto anual que percibe la institución cristiana, el ático del señor Rouco, excención tributaria incluida, a pesar del desempleo del 47% en la provincia más castigada por la crisis de toda Europa. Francamente he aprendido a ignorar estos mínimos detalles para vivir cómodo con mi conciencia. Las prebendas obtenidas por la iglesia de este país a lo largo de la historia reciente -dictadura, transición y bipartidismo pp-psoe, sustentan el actual estatus de superpotencia económica y moralista de la santurrona institución.
Dicho esto ¿qué pensar de los medios sanluqueños que castran la opinión de la disidencia porque la iglesia no se toca? Es nueva la máscara del viejo y casposo noticiario. Dentro de la llamada postura apolítica que algunos apadrinan se esconden visionarios de la fe catetorra y lasciva que ve bien a un menor en volandas junto a una virgen rodeado de salvajes talibanes cristianos, y luego se asustan de que dos chicas se besen en la calle. Lo mejor que puedo decir de la ancianísima tradición rociera es que cuando los rocieros migran a Almonte, Sanlúcar es un remanso de tranquilidad, una ciudad perfecta para convivir, pasear y disfrutar de todos sus encantos naturales.
Ojalá el rocío durase seis meses.

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