Ha provocado indignación en algunos ciudadanos el anuncio de un plan que contemplaba el estudio del árabe en la enseñanza media. El árabe se aprendería como segunda lengua extranjera, optativa, segunda, siempre después del sagrado inglés, y sólo en algunos institutos de Andalucía. La indignación ha sido tal que los gobernantes de la Junta, y su partido, el PSOE, se desdijeron inmediatamente: el plan sólo era un borrador. Y además se descargaron de parte de la supuesta culpa: su ocurrencia lingüístico-pedagógica afectaría a lo sumo a aquellos colegios donde hubiera tantos árabes que fuera necesario hablarles en árabe en algún momento para integrarlos al mundo español.
A pesar de la buena voluntad de las autoridades, que querían integrar al pobre inmigrante en la sociedad andaluza, Javier Arenas, del PP, exigía el jueves desde el periódico Abc la retirada inmediata del plan proárabe. Lo que verdaderamente integra a los niños inmigrantes es aprender español y las lenguas europeas "en que se va a desarrollar su futuro", dijo Arenas. Tiene razón. Y estoy seguro de que los inmigrantes también están de acuerdo con él: saben que les conviene aprender el idioma del mundo ajeno en el que tienen que ganarse la vida. En cuanto a los niños andaluces, según Arenas, deberían estudiar "las lenguas de los países emergentes", además del español y el inglés.
Arenas no ve el árabe como lengua de un país emergente, es decir, con un mínimo de futuro o promesa de futuro, aunque sea la lengua de más de 100 millones de hablantes, del norte de África hasta Siria, Palestina o Irak, pasando por la isla de Malta. Tampoco parece apreciar la tradición arábigo-hispánica, eso de que en lo que hoy es España el árabe se habló por lo menos cinco siglos, y tres siglos más en el reino de Granada, y alguna vez fue la principal lengua de cultura en la Península, donde perdura en los nombres de ciudades y accidentes geográficos, y en las palabras que usamos todos los días, desde que pedimos azúcar y aceite, hasta que preguntamos el camino más corto para ir de Gibraltar a Almería. La idea de que en Andalucía se pueda estudiar árabe como asignatura optativa, segunda lengua extranjera, voluntaria, a Arenas le parece rotundamente "una empanada mental".
Yo creo que, al margen de los inmigrantes, es a los alumnos españoles, no sólo andaluces, a quienes interesaría que el árabe se estudiara en los centros de enseñanza media. Y no por el pasado español de esa lengua semítica, sino por su utilidad presente y futura para el comercio internacional, la economía, la geopolítica e incluso el espionaje. Pero es una lástima que los prejuicios resistan, poderosos, y todavía oigamos que enseñar árabe en los institutos sería un disparate o una excentricidad. ¡A quién se le ocurre estudiar árabe en España! ¡Que aprenda español quien hable árabe! ¡Que se adapte a lo nuestro! Es verdad que a los ingleses o a los franceses les hemos seguido siempre la corriente en su lengua, y era el indígena andaluz el que con franceses e ingleses debía adaptarse a lo extranjero, pero no es lo mismo el turismo que la mano de obra barata, ni el Norte es el Sur, ni Occidente es el Oriente. A estas distinciones geográficas, que se superponen a matices cromáticos (tienen algo que ver con los colores de la carne humana), hay quien las llama racismo.
Debería ser normal en España la posibilidad de estudiar árabe desde el instituto (entre otros idiomas, además del inglés, por supuesto), en consonancia con una larga historia de cátedras universitarias de estudios semíticos. Y no lo digo pensando en cuestiones de asistencia social a la inmigración. Hablo egoístamente, en interés de la cultura española y sus tradiciones, es decir, en interés del futuro económico y el porvenir profesional de los estudiantes de hoy.
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