Leo en el diario PUBLICO.ES cómo los gobiernos más reaccionarios de Europa se indignan por la presencia de menores que acuden a los centros educativos con el chador y con el velo integral islámicos. El argumento parte de la defensa de los derechos de la mujer occidental. A las mujeres que practican en la vida pública su culto islámico se las acusa de ser ingenuas y de dejarse degradar como mujeres, por una cultura y una religión que masacran sus derechos y sus libertades sociales y personales. Como opción estética no entro en valorar su acierto o desacierto, aunque se vean un poco pueblerinas con el pelo cubierto, es lo que creo. Pero pretender desde nuestra cultura etnocéntrica que todo lo que no se nos parezca y todo lo que no nos imite, es ilegal o inmoral, feo, anormal y depravado, es de una vanidad y una presunción que nos hace ridículos. Si la cultura es tolerancia, respeto y libertad, apliquemos ese paradigma a todas las ciudadanas libres de Europa. Si queremos integrar empecemos por tolerar y que sean ellas, las mujeres musulmanas, las que decidan, después de vivir y conocer cómo es el modo de vida en nuestro maravilloso mundo, qué quieren hacer con su cultura coránica. Pero dictar o decretar contra ellas una ley que obligue a renunciar a sus pilares culturales -por muy machistas que estos sean y lo son- es radicalizar nuestro argumento y volvernos tan intransigentes como aquellos a los que censuramos.
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